"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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EL CUENTO DEL CIEGO TEMPORAL

EL CUENTO DEL CIEGO TEMPORAL © Jordi Sierra i Fabra 2009 —Mamá, cuéntame un cuento —pidió Sergio mientras se arropaba. —Uno sólo, y luego te duermes, que es muy tarde. —¡Bien! —Voy a contarte el cuento del ciego egoísta. —¿Hay cuentos de ciegos egoístas? —Sí. Verás… Érase una vez una habitación de hospital en la que un día ingresó un hombre llamado Lucas que se quejaba amargamente de que, por unos días, iba a estar ciego. ¡No podría ver nada porque lo habían operado de los ojos! El hombre se lamentaba de su mala suerte. ¡Unos días sin poder ver nada! —No se preocupe, señor —le dijo la persona que compartía su misma habitación—. Yo le contaré lo que desee ver. —¿Hay una ventana? —Sí. —Entonces cuénteme lo que ve usted por ella. —Y el compañero de habitación le contó que a través de la ventana veía un parque, y niños jugando, y sus mamás, y un pedazo de cielo azul, y casas, y calles. Y le describió con detalle como era todo, cómo iban vestidas las mamás, el color de las hojas de los árboles. No se dejó nada. Lo hizo con minuciosa precisión ese día, y el siguiente, y el otro. Todos sin faltar ni uno. Hasta que llegó el día en que a Lucas, le quitaron las vendas. —¡Ah, vuelvo a ver! —suspiró feliz, recorriendo con la vista el consultorio del cirujano. Entonces quiso ir a darle las gracias al hombre que durante aquellas jornadas tan duras y amargas había hecho de su ceguera temporal algo más agradable. Cuando llegó a la habitación que habían compartido, lo primero que vio fue que la ventana no daba un parque, ni se veía el cielo, ni nada que no fuera una horrible pared de ladrillos muy sucia. Enfadado, se volvió a la cama de su compañero y entonces descubrió… ¡que estaba ciego! —¡Pero si usted no puede ver nada! —protestó Lucas. —Hay muchas formas de ver las cosas —dijo el hombre—. A veces una persona con los ojos abiertos no ve nada mientras que otra con los ojos cerrados sí lo hace, porque es capaz de sentir la vida que le rodea. Lo único que hice yo, para paliar su enfado y tristeza, fue contarle lo que siempre veo en mi corazón cuando me asomo a una ventana, porque eso es lo importante, lo que se siente. No sé cómo es un parque, ni de qué color es el cielo. No lo sé, pero lo veo en mi corazón. Nací ciego. Pero le juro que aquí dentro, en mi interior, cada día lo imagino todo, y nunca me ha hecho falta más. —Lucas le abrazó, y lloró, y le pidió perdón. Desde aquel día lo vio todo distinto, más hacia dentro que hacia afuera. Y jamás olvidó al hombre de la habitación en el hospital. Sobre todo cuando paseaba por un parque. —Gracias, mamá —suspiró Sergio sintiendo ya la llegada del sueño. —Buenas noches, hijo. Cuando ella salió de la habitación no tuvo que apagar la luz. No la había encendido. No era necesario.

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